Os podeis imaginar lo que sentí al tocar su cuerpecito, fuerte y tierno a la vez, ver sus ojos preciosos y sentir sus garras que me querían coger, y ya no os digo, ver sus pequeños, aunque grandísimos colmillos, todo ello me hizo sentir inmensamente feliz, al pensar que nunca antes había tenido la oportunidad, ni creo que nunca más la vuelva a tener, de estar tan cerca de un animal tan maravilloso, que cuando sea mayor, es una de las especies más preciadas de la creación.
Gracias a mi hija María Belén, artífice de este encuentro y a todos los que se que también lo habeis hecho posible, para una persona como yo, amante de los animales, ha sido un regalo de valor incalculable.
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